A veces sucede que, sin darnos ningún golpe ni sufrir ninguna caída, padecemos la rotura de un hueso. Puede ser mucho más común en personas con edades avanzadas, pues el paso de los años y el desgaste óseo, más allá de las propias enfermedades en referencia que se puedan padecer, hacen mella en este tipo de pacientes. Pero, por mucho que sea una casualidad más recurrente, alguien perfectamente joven y sano puede ser víctima de las llamadas fracturas por estrés. Para aclarar que son, nos referimos a las pequeñas fisuras que se producen en los huesos, principalmente metatarsianos, es decir, los huesos del pie. Esto sucede porque el hueso sano, que reúne las características de resistencia normal, ha sido sometido a fuerzas de repetición. Decíamos que, ubicacionalmente, se localizan en los metatarsianos, ya que es la zona que más carga recibe, pero pueden aparecer en otras partes de nuestro cuerpo, dependiendo de la actividad que realicemos y la fuerza que ejerzamos sobre dichos huesos.
Hoy, para profundizar un poco más en este tema, queremos tratar en este artículo de nuestro blog, Aureum Fisioterapia, algunas de las peculiaridades que giran en torno a esta patología, a la que también podemos denominar fractura por fatiga. ¡Empecemos!
Tipos de fracturas
Esclarecido qué son las fracturas por estrés y/o fatiga, vamos a tener que diferenciar, primero de todo, dos tipologías distintas. Su diferenciación proviene, básicamente, del estado primario del hueso sobre el cual se produce la fractura.
- Fractura por insuficiencia: Sería el caso que mencionábamos antes como ejemplo más común que sufren personas de la tercera edad o que padecen de algún tipo de patología que causa la presencia de características débiles en sus huesos. Este es el caso de la osteoporosis, la diabetes o enfermedades reumáticas como la artritis reumatoidea. Existen otras situaciones en las cuales los huesos se rompen por haberse debilitado. Es el caso de aquellos pacientes que se encuentran sometidos a tratamientos de radioterapia o, por ejemplo, gente que ingiere esteroides.
- Fractura por estrés: Se suceden por fatiga ósea debido a la reiteración de estímulos en un hueso sano. Este es un caso más frecuente en pacientes jóvenes y deportistas. Cuando esto pasa se aprecia, claramente, cómo la actividad física a la que se dedica el paciente está intrínsicamente relacionada con la localización de la fractura.
En los últimos años este tipo de fracturas por estrés ocupan un puesto más relevante en la carrera hacia el podio de lesiones del aparato osteomuscular. Esto es debido a que la práctica de deporte entre la población se encuentra cada vez más extendida (algo bueno, pues necesitamos realizar ejercicio, siempre que se haga bien), y a que la media de edad entre éstos es, también, más alta que unas décadas atrás.
Sintomatología de las fracturas por estrés
El síntoma más evidente y característico, cuando se produce una fractura por estrés, es la aparición de dolor súbito. Puede aparecer durante la realización de cualquier actividad diaria que implique la acción de ese hueso “tocado”, o cuando nos pongamos a llevar a cabo los ejercicios específicos que han generado la lesión, por la repetición de pequeños microtraumatismos que terminan por “agrietar» el hueso.
La revelación de este dolor debería ponernos sobre alerta para abandonar la actividad, causante de la lesión, durante una temporada. Si no cesamos en la carga de impactos que está recibiendo un hueso ya dolorido y “quebrado”, esa sensación no disminuirá, al contrario, irá en aumento, incluso podrá ser constante y dolernos en fase de reposo.
También pueden apreciarse, entonces, hinchazón y/o enrojecimiento de la zona.
Cómo realizar un diagnóstico correcto
Las fracturas por estrés no son fáciles de diagnosticar y podemos confundirlas, fácilmente, con otras patologías. Por esta razón, es muy importante realizar (como profesionales), o que nos realicen (como pacientes) un estudio profundo y exhaustivo en la clínica donde seamos tratados, llevando a cabo una exploración completa de las posibles causas del inicio del dolor.
Despejando las dudas de cualquier origen posible y contrastándolo con pruebas fehacientes que revelen su existencia, conseguiremos realizar un diagnóstico como es debido.
En estadios iniciales de una fractura de este tipo, una radiografía puede dar un falso negativo y no apreciarse de forma clara la presencia de este “agrietamiento”. Más allá de la radiografía como técnica para obtener certeza de la lesión, existen otras pruebas en las que se ven los efectos de ésta: resonancia magnética nuclear, TAC o gammagrafía ósea.
El trabajo de la fisioterapia en fracturas por estrés
Después de realizar un buen diagnóstico de la lesión, y en el caso que no sea necesario derivar al paciente a otros especialistas, es momento de iniciar juntos un tratamiento que nos lleve a entender la aparición de esta patología y qué debemos hacer para solucionarla, sin recaer en ello. No olvidemos que ésta se sucede por los traumatismos continuos del hueso. Cualquier deportista, más si es deportista de élite, es probable que no incida en el error de llevar a cabo el ejercicio de forma equívoca, pero, ¿puede que, de todas formas, tanto en ellos como en practicantes anónimos, haya repercutido no realizar apropiadamente la actividad?
Por eso tanto énfasis en determinar las causas y hacer ver al paciente el origen de todo. Es conveniente explicar cómo deberá enfocar las tareas de su vida diaria, de un tiempo en adelante, para minimizar al máximo la exposición a cualquier actividad de impacto sobre la zona. Obvio, como decíamos antes, ante la aparición de un dolor inicial, es más que recomendable cesar por completo la actividad deportiva y, en este caso, dentro del propio tratamiento, seguramente, quizás incluso suprimirla.
Es muy importante, también, trabajar las compensaciones y/o posibles adaptaciones que, tras un traumatismo de estas características, bloqueen e impidan la correcta curación y cicatrización de la fractura. Esto suele darse cuando, de manera puntual pero repetitiva, el cuerpo ha creado unas pautas de adaptación al contratiempo que se le sobrevenía y se ha adaptado a ello, provocando que, en el caso de una rotura en el metatarso, por ejemplo, al andar apoyemos mal el pie herido y nos acostumbremos a hacerlo así.
Pasado un tiempo, aplicando las medidas necesarias y cuidando el reposo de la zona, podremos permitir la vuelta -paulatina- a la actividad física. Todo ello, será muy importante dentro de la rehabilitación y el papel de la fisioterapia, para evitar el retroceso curativo, posibles recaídas y prevenir futuras lesiones.